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Sobre la libertad

Juan José Almagro. Periodista

Mi amigo Luis, un ser humano del los que merecen la pena, tiene dicho y escrito que ese saber postmoderno llamado management parece pretender, velada o no tan veladamente, funcionar como una ciencia autónoma y autosuficiente, capaz de ignorar saberes previos. La reflexión, además de hermosa y certera, nos introduce y entronca directamente con el recuerdo homenaje que con estas líneas uno quiere rendir a un gran preterido: John Stuart Mill, el filósofo y economista inglés nacido en Londres en 1806.

Mill estuvo enamorado profundamente de una mujer casada, y casó con ella una vez que Harriet Taylor enviudó de su primer marido. Siempre considero a su mujer “inspiradora y en parte, autora de sus obras” Fue un hombre honrado y coherente, con mente abierta y civilizada y más allá de su olvido, uno de los más grandes pensadores políticos de nuestro tiempo y un ciudadano ejemplar, de los que ahora tanto se echan de menos. Fue, además, el paradigma del liberal humanista debido, entre otras cosas, a que hay en su vida y su filosofía una mujer como Harriet, “mientras que no existe ninguna Harriet Taylor en la vida de Popper”; y como recalca Feyerabend en su tratado contra el método, la filosofía de Popper “está completamente desprovista del interés por la felicidad individual que constituye el rasgo característico de Mill”.

Los lectores me permitirán que para no caer en el pecado de “ignorar saberes previos” y lejos de la soberbia que atesoran muchos de los que ahora se llaman líderes, empresariales o no, uno vuelva los ojos hacia Stuart Mill y hacia su obra, que es su gran legado. Nuestra obligación es, creo yo, profundizar en los clásicos: si no se avanza recordando, siempre se tropieza.

En un libro fundamental y lleno de pasión, Oh Liberty, sobre la libertad, publicado hace casi siglo y medio y dedicado a título póstumo a Harriet, Mill escribió que “negarse a oír una opinión, porque se está seguro de que es falsa equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Toda negativa a una discusión implica una presunción de infabilidad.”

Muchas veces, la mayoría de las veces, los hombres y las mujeres de empresa olvidamos que, si queremos ser grandes de corazón y de espíritu, hay que rodearse de los mejores. Como escribió en el siglo XVIII Herault de Sechelles, los hombres, “pese a la envidia que les corroe, no piden si no hallar en los demás la grandeza que echan en falta en ellos mismos”.

La sagrada obligación del líder y de la propia empresa, es crear equipos de verdad, con competencias y responsabilidad para cada uno de sus miembros; un equipo interdisciplinar, diverso y complementario, que sea capaz de hacer un debate creativo y que no dé la razón permanentemente. Ésa es la tarea del líder, como lo es también suprimir las camarillas, celdas o compartimentos que, como grupos aislados, se desentienden de las inquietudes de otros compañeros y suelen torpedear el proyecto común.

Los líderes empresariales necesitan a su lado hombres y mujeres leales, no pelotas chupamedias. Sobre todo porque nadie es infalible y como diría Mill, “una opinión, aunque reducida al silencio, puede ser verdadera” y cualquier opinión con frecuencia guarda una porción de verdad. Hay que buscar la contradicción. El hombre es más humano y mejor profesional cuando, buscando la luz y la verdad, huye de dogmas y es capaz de asumir sus propias contradicciones.

Ésa es una forma de triunfar también en el mundo empresarial, porque no debemos olvidar que el principal compromiso que el Líder tiene es la lealtad y el sagrado deber de conservar y acrecentar la empresa para los que vendrán después. El Líder auténtico sabe que es solo el depositario de una historia y de un patrimonio y en primer lugar, su responsable. Benditos y sabios como Stuart Mill los que así lo hacen.