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Observatorio Global sobre Convivencia

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Prosario

Juan Carlos Olea Cañizares

Se acortan las luces del voluntarioso claustro del estío y caen hojas redondas que otrora se colaron entre los tedios de la doctrina ajena. Acechan las últimas horas de septiembre, circundado de bosques y de brisas. Dios de roja espuma y risas, descendidas de un árbol flamígero en un campo de fuego.

No hubo sorpresa cuando la brisa nos rozaba para hacerse oír. Un rizo lábil que se fue llevando, poco o a poco, entre ramas pequeñas y secas a las aves de estación hacia otros campos. Tibia andadura la que entonces comenzaba. Que sereno sentir el de esos días dorados poblados por ocultas lucecillas del verbo alado de los fondos.

Reflejo por la cara de adentro de un cristal nuestras figuras y por fuera, la siesta de los pájaros al sol de media tarde. Dulce estación precavida es el invierno, Si hay cobijo no ausente de noticias, donde contar historias y escuchar, en el supuesto de la atención ajena.

Fecundar el inhabitual ejercicio del diálogo. Alterar estrategias. Leer poemas en alto, cosidos con símbolos pétreos que dijeron los poetas como arrancados de un sueño. Interminables poetas lanzados repletos al aire por el impacto de la oscura ola de la voz interna.

Qué particular escena: una muchacha real abrigada de oscuro, caminando rápido por una acera sin nombre escrito, en la completa sombra azul de la mañana fría.

Desde el jet. Recién despiertos. Mientras, algunos hombrecillos altivos resisten al rocío contemplando el paso de un convoy de maletas. En el confort de la cabina una mujer dormita, regalando recelos entre cabezadas, el bolso abierto. Y entonces , tiembla un poco el aire con lo último del motor y ella arruga el ceño en un gesto casi completamente íntimo. Desvío la mirada. Las ventanillas vibrantes trasparencias reverberan, más si te acercas y las tocas están frías. Despunta el sol. Nos vamos.

Ya hay momentos que es más presente que futuro. Más duración que tiempo. Perfeccionamiento, tal vez, más que generación. Instantes isla de exquisito bienestar, casi blindados, con dureza, frente a un estado de violencia del que hace tiempo supimos que no llegaremos a cambiar. Pero, nos afanamos en transformar egoísta y humildemente los frentes colindantes. Ambientes, personas a las que tocar podríamos. Ser espejo presto a reflejar la luz que brote de ese borde plano que se extiende más allá, al encuentro con otros.

Anduvo la niña Esperanza paseando enganchadita entre álamos secos y rojos espinos, buscando alturas para poder ver más. También estuvo la pertinaz avizora a la dura rapiña de pequeños gorriones y raudos ratones de campo. Hinchado el plumaje, nieve en el pico almendrado y en flor. No se miraron.

Palabras océano arrancadas con ritos secretos al mar de los sueños. Noche de repletas palabas. Palabras verde alga nacidas de los fondos. Anchas, salobres. Poemas futuro hechos de versos extraños echados al agua. Arboladas razones de ultramar. Torbellinos.

Y con ternura o no, se fueron poblando los lienzos de la juventud de abundancia y belleza. Cielos de rubí, nubes irisadas, diamantinos planos verticales, estancias inmensas cubiertas de plata, amplios senderos de oro y marfil. Así se apagan los días y el vigor. Después, respetuosamente, caminaremos, sin dolor apenas, hacia el lecho, prestos a reconfortar nuestros cuerpos cansados.

Las casas del valle tienen techos de plástico. Junto a tilos en flor los trenes cercanías. La ciudad que todo lo abraza y brilla. Poesía a voces de los trenes cercanías, que van con la fuerza seca de un volcán eléctrico.

¡Que ondeen ya las banderas como hermosos trapos de colores y engalanen la fiesta grande de la Humanidad entera que se aprecia! ¡Que nos salpique en el pecho el verdadero amor, al brindar por él! Y lo que quede de odio ¡verdad también sea!

A media altura anduvimos, manteniendo el encanto de una situación ambigua. Tras nosotros el ruido inapelable del trueno. Completamente ajenos al deambular de los seres menores que, por arriba lo habitan. Anduvimos, sí, en un hilo de luz, más no del todo. Y a un lado y al otro, a ras de suelo, algunos caminaban torciendo el paso, pues ya olía a tierra mojada. Hay más espacio en la penumbra, nos dijeron y resplandeció un relámpago no vertical, no recorriendo el camino más corto para alcanzar la ruda y olorosa superficie de la tierra. Todavía no comenzaba a llover, pero se definía el calor inverosímil del mensajero blanco, fundiendo en torno al impacto la roca que luego el agua hubo de templar.

Varios monstruos en soez rivalidad revolotean la topografía alada de un mundo lejano. No planean, aún, nuestros territorios reales, ni con ellos, aún, se hará fortuna vil. Eso sí, sutilmente, continuará la opresión para apuntalar su dorado templo madriguera. La razón de estado lo justifica casi todo, pero, no el voluntario ofrecimiento de quiénes, desde el anhelo del poder, decidieron ejecutarla.

Levantada la casa con las alfombras colgadas en las ventanas abiertas. Y el retintín de cubiertos y vajillas flotando y rebotando y penetrando en las orejas. Hace fresco pero comeremos fuera. Deslumbra la mantelería al sol. Ladra algún perro. Zumba la carretera a lo lejos.

Avance espectacular, a veces, en lo que, casi nunca, apenas, aprovecha: Inmensos recovecos de la racionalidad sola. Aunque, tampoco sola, pero sí primero la emoción.

Diciembre recién abierto como una flor de hielo sobre un estanque de plata. De paseos cortos buscadores del sol se poblarán los meses próximos. Y transcurrirán las horas ante el balcón frente al fuego crepitante. Rojo si cabe siempre brillante y oloroso. Más no nos aburriremos.

Cuanto tiempo sin hacernos sentir que nos quisimos. Qué malentendido nos impuso la necesaria atención a otros asuntos. Donde quedó, cual impecable trasatlántico que pasa, aquel impulso.

Duerme el grajo, canta el mirlo y otro le contesta. Una luminaria imprecisa avanza por el camino en zig zag sobre un suelo de agujas. Luciérnagas tras la tormenta.

Aclara una mañana que comenzó siendo opaca. Hay gente en las calles reunida en torno a su propia miseria amontonada. Los hombres de espaldas ovillados a lo que se avecina. Cuanta suciedad. Cuanto desorden. La máscara. La confusión en alza. Ellas, aunque recojan su manto engalanado bajo el brazo y procedan a pasar inadvertidas, tropezaran, también, con la soledad, aunque probablemente alguien las recupere al paso.

Presentar los hechos sin pretender dimensiones imposibles. Frente a frente, por ejemplo, a la profundidad de un patio con una fuente en el centro. Y el rumor acuoso de aquellas cristalinas multitudes cayendo y rebotando. Centrada la emoción; extendiéndose por dentro. Junto a otros. Mirándonos supuestamente quietos. Pudo pasar un millón de años, quizá.

La sustancia fósil en la que moja la pluma el escribano, es de la cualidad que dará la mutación en curso del cuerpo inerte de su enemigo.Y a quienes pusiesen en marcha la maquinaria más brutal, loa y quizá, retorno. La retórica de la victoria puede resultar sugerente. La inercia es muy grande. Los mejores son los que huyen.

Una mirada hacia adentro que atraviesa objetos próximos a lo invisible. Grafías de arena como escritos antiguos en papeles dorados. Exabruptos de tinta seca.

¿Cómo sería la escena, la vista y oída por aquel que la escribió y el traductor y el lector y la que yo vería ? Pajaros blancos revoloteando en el jardín umbrío. Sonidos de hojarasca aplastada al paso. Dentro olería a café.

Acerca del viaje cotidiano entre universos diferentes por tener algo en común. Los paisajes, los rostros, las cosas y por fuera los ropajes. Es como pintar con la escritura. Otra manera de mirar y ver como se es visto.

Bermellón milimétricamente definido en un atardecer muy intenso sobre diversos terrenos. Veo, también, Juncos plumíferos, quizá pergaminos, erguidos como flujos magnéticos delante de una valla de hoja de lata y pequeñas piedrecillas morenas de aurora boreal que la circundan y resplandecen. Y dentro ese huerto, tal vez no baldío junto a un cauce mínimo de agua que va al sumidero irisada de aceites industriales. Veo, mientras mato el tiempo hablando y riendo al borde del camino, hierros brillantes oxidados por los lados pero por dentro no y nos roza el rebufo de un auto donde nos pasa. Es un sendero predispuesto a la inclemencia, aquel donde estamos, resistentes sin querer.

Qué sucedió cuando la hosca presencia del tronco seco de un árbol antañón presidía el centro del paseo todo el año, y la enredadera trepaba roja en otoño, seca en invierno, verde en primavera, como una sublimación vegetal indiscutible. ¿Nos enteramos?

Y si amaina la infamia y oscurece fresco y calmo y ya no hiere el hierro muchos más corazones. ¿Ungidos por vientos oblicuos, cantaríamos nuestras historias al borde del mar? ¿Bañados por rayos de luna y rocío, verían nuestros ojos la alegría de la inmensa pradera tendida de plata hacia el límpido horizonte? ¿Saludaríamos la palabra precisa, la del goce inefable, la nombradora de profundos universos ?

La luna cornuda hermana del viento refleja coqueta su aspecto. Allí, las grandes olas son masas de aire en movimiento saltando y cayendo, que alteran su azulado perfil. Aciago es esta noche a su belleza el espejo del agua con sus temblores. Luna vieja hoy, mañana, tal vez, si no sopla, luna llena.

En el centro del lecho de la abundancia, con el solecillo tibio difundiéndose por mí. Las nubes corriendo. Los vientos más limpios. ¡Tantas cosas comenzando!

Un jardín para mi hijo que crezca tranquilo. Y la confianza justa para que vaya aprendiendo los nombres de las cosas y sus consecuencias.

Donde resultaría mejor y cuando más lúcido el oráculo que en la mañana más clara. La luz arriba arriba en la muralla azul. El resuello filtrado de la nube. Apacible sensación del cuerpo expuesto. ¡Como alumbrará resplandeciente el techo oculto de afuera del refugio bajo el astro mineral que nos cobija!

Quién nos vio en las medianías del siglo del horror máximo y quien nos ve: brillante luz de Europa, sino nosotros mismos, a veces.