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Observatorio Global sobre Convivencia

Editorial

Daños colaterales

Sabemos que el currículum de las disciplinas que se dictan en colegios y en mayor medida en institutos está artificialmente hinchado para dar cabida a muy diversos intereses de escuela y cátedra.

Sabemos que la exigencia evaluadora es guiada, a veces, más por postureos de inusual dureza ante colegas y sociedad en general o, a la inversa, por acomodaticias laxitudes, que por responsabilidad.

Sabemos del retraso metodológico y tecnológico de la escuela.

Sabemos que el triángulo progenitores, educandos y docentes genera choques emocionales.

Sabemos de la desmotivación que anida en buen número de padres y profesores.

Una huelga de tareas en casa, como la acontecida en España, abanderada por figuras parentales organizadas que levantan sus airados bastones de mando frente a las narices de los profesores de sus hijos y ante las cámaras de TV que también enfocan a los niños que luego se ven, puede ser reactiva, pero no nos inquieta tanto como otros efectos colaterales que avizoramos.

Los valores de convivencia social son los que la Constitución consagre, pero sus modos de transmisión quedan al albur de un sinfín de circunstancias. Nosotros organizamos las ineficiencias que observamos en dichos modos de transmisión normativa en torno a dos ejes: déficit de autoridad y déficit de consistencia normativa.

Prestaremos atención, aquí, al primero de ellos: la autoridad.

Para que una norma sea internalizada es preciso que el sujeto perciba como figura de autoridad a quién se la está transmitiendo. Dada la diversidad y la complejidad de aspectos formativos que las personas incorporan en un desarrollo convencional, es inviable la transmisión de las normas de convivencia desde una instancia única, por lo que la norma ha de ser gestionada desde una armonización de responsabilidades que alinee a los involucrados.

Lo anteriormente formulado es lo contrario a: las figuras de autoridad parental se descalifican entre sí; las figuras de autoridad parental descalifican a los docentes; las autoridades públicas se descalifican entre sí.

Sobre una comunidad educativa influyen, de manera cotidiana, la institución familiar, la claustral y los órganos de dirección y administrativos del propio centro, la comunidad social próxima, las instituciones políticas y sociales y las diversas administraciones públicas en las que estas se inserten, los discursos de los medios de comunicación. A mayor amplitud y grado de armonización mejores condiciones convivenciales.

En el sistema educativo pre universitario coexisten, fundamentalmente, tres procesos: la comunidad escolar como organización, la instrucción y la formación. En sociedades desarrolladas lo instructivo suele estar garantizado y los docentes básicamente preparados para ello. Sin embargo, a la luz de los hechos, los objetivos formativos fundamentales que deben abordarse en educación no están siendo tratados tan consideradamente: la aceptación del esfuerzo, la frustración y el tiempo como condición “sine qua non” para el logro; el respeto y la responsabilidad como guías del proceso…

En cuanto a lo organizativo, la cultura productiva y corporativa de la escuela, epicentro de la comunidad formadora, no suele ser buena.

Transmitir valores de convivencia es transmitir actitudes, así que, en las actuales circunstancias, para la comunidad educativa ha de ser harto difícil transmitir normas convivenciales.

En España hay muchos problemas de convivencia: familiar, escolar, social, de género, en el trabajo, en lo político, en lo territorial… y mucho fracaso educativo…

No nos extrañe.

De eso se han dado cuenta hasta algunas multinacionales que quieren meter el cucharón de madera en el adolescente caldo de cultivo social que más les conviene.