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Observatorio Global sobre Convivencia

Cooperación

Ángel García

Presidente de Mensajeros de la Paz

Un bebé o un niño pequeño sonríe al día trescientas veces; un adulto, en condiciones normales, en torno a cuatro. Esas sonrisas son un tesoro que podemos guardar en nuestro corazón. Nuestro trabajo no es más que cambiar por sonrisas el futuro incierto de muchos niños sin familia, discapacitados, olvidados. Pero, también existen las sonrisas de los ancianos, una asignatura pendiente en la sociedad. Hoy, muchos de nuestros mayores no sonríen porque están solos. En nuestras manos está recordarles, darles el papel que merecen en la familia, en la sociedad. Decirles, al menos, buenos días, que tal estás.

¿Podemos imaginar un mundo en el que los que más saben enseñen a los que menos saben, en el que los que más tienen diesen a los que menos tienen? Eso es realidad: nuestro mundo es más feliz que el de hace años o siglos. Un mundo más feliz es posible. Mientras haya solidaridad habrá esperanza en la felicidad, porque la felicidad que la solidaridad produce regresa a manos de quien la lanza, como un boomerang. La solidaridad es siempre de ida y vuelta y en el camino crece y se multiplica.

Según un reciente informe, entre personas que se reconocen felices hay un porcentaje superior de aquellos que cooperan y participan en organizaciones solidarias. Lo importante es querer y dejarse querer por los demás. Evitar la soledad, que en nuestra sociedad es una de las peores lacras, una enfermedad que causa, a veces, más muertes que otras enfermedades como el sida o el cáncer. Gozar haciendo el bien y trabajando junto a los demás y por los demás. Cada uno de nosotros puede aportar su grano de arena para hacer que este mundo sea más feliz. Podemos lograrlo. En el mundo hay recursos suficientes y adelantos médicos y hay personas buenas.

La solidaridad es universal. No es patrimonio exclusivo de razas ni de religiones. Nunca, como ahora, ha habido tantos Vicente Ferrer, tantos Muhammad Yunus, tantas figuras destacadas que hacen el bien. Nunca como ahora ha habido tantas personas anónimas trabajando por los demás, en medio de tanta guerra, necesidad o crispación. La solidaridad se hace real cada día en millones de voluntarios, en decenas de miles de asociaciones, más de 8000 en España, más de 40.000 en el mundo. Me atrevería a decir que casi en cada casa hay una.

El mundo será más feliz cuando se haya erradicado la pobreza extrema y el hambre, cuando la educación primaria sea universal, cuando no haya discriminación de género, cuando se haya mejorado la salud maternal, sobre todo en algunos países. Esos son los denominados objetivos del milenio ¿Cuando antes en la historia se habían comprometido más de doscientos gobiernos en un cumplimiento de estas características? Aunque luego el cumplimiento no se cumpla.

El secreto está en amar y dejarse amar, ese es el autentico camino de felicidad y la esencia verdadera del ser humano. Cuando se llega a cierta edad o se pasa por momentos en los que la vida se pone seria de verdad, uno comprende que lo realmente importante es el bien que se haya hecho. Eso podemos llevarlo debajo del brazo. Uno sabe lo importante que es darse a los demás. Ante nosotros está la mayor aventura que se puede imaginar: hacer cada día un mundo más feliz para todos. Un mundo en el que ser felices y ver felices a los que nos rodean. Como decía Teresa de Calcuta: la vida es preciosa, hay que vivirla con dignidad y ayudar a otros a poner dignidad en sus vidas.