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La agricultura y la ganadería representan más del 30% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, al tiempo que la degradación de las tierras cultivables está poniendo en peligro la seguridad alimentaria y destruyendo la biodiversidad.

La producción de alimentos de bajo impacto pasa por la conservación de los suelos, la sostenibilidad agrícola o los cultivos hidropónicos, (cultivo de plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola) así como, por la obtención de proteínas de mejor calidad y con la menor contaminación posible, bajo el compromiso general de la reducción del volumen de desperdicios.

Todo apunta a que la pandemia del covid-19 ha estado relacionada con el consumo de alimentos, lo que sugiere las graves consecuencias para la salud y la economía que pueden tener decisiones equivocadas relacionadas con la alimentación. En un futuro próximo, la higiene será más estricta y mucho más demandada.

En los próximos años aumentará la cantidad de cultivos nutricionalmente mejorados gracias a la ingeniería genética, así como, un mayor desarrollo de los productos de origen vegetal que sustituyan a la carne y la implantación definitiva de la carne cultivada en laboratorio.

En el mundo se producen al año más de 200.000 millones de toneladas de carne. Diversos estudios señalan que el sector ganadero es el responsable del 14,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Una situación a todas luces insostenible ante la que han surgido alternativas. Por un lado, la carne vegetal procedente de proteínas vegetales, implantada desde hace tiempo en el mercado, (y producible mediante el uso de impresión en 3D industrial) y por otro, la llamada carne cultivada que se consigue a partir de tejidos reales.

En la startup israelí Aleph Farms, creadora del primer filete de carne cultivada a partir de células animales, explican que en agricultura celular el primer paso es relativamente sencillo: coger células y hacerlas crecer. Pero lo difícil, el gran reto, es crear un auténtico tejido de músculo, porque es lo que proporciona textura y estructura, recreando la experiencia gastronómica y además, hacerlo a través de un proceso de producción escalable, para reducir costes.

Desde un punto de vista nutricional, la carne de laboratorio es más segura al estar libre de antibióticos y hormonas y su aporte proteínico es mayor que el de la carne tradicional, al carecer de grasas, nervios, sangre y venas.

Una novedosa alternativa para crear carne, utiliza proteínas hechas a partir del aire, en un proceso que transforma el CO2 en polvo proteínico, con el mismo perfil nutricional que la proteína que se encuentra en los animales. Una idea que se desarrolla tras una iniciativa de la NASA, que propuso maneras de reciclar carbón mediante el uso de microorganismos. Esta proteina vegana, de sabor neutral, que no necesita de tierra ni depende de las condiciones climáticas, contiene altas dosis de vitamina B y dos veces más proteínas que la soja, requiriendo 2.000 veces menos agua y 10.000 veces menos tierra que esta para su cultivo. El producto está siendo desarrollado por diversas empresas como Kiverdi o Solar Foods.

En un contexto de presiones demográficas y medioambientales, la innovación en los sistemas de producción agrícola es imprescindible si se quiere un futuro sostenible.

La empresa española Green Sea Bio System One (GSBS) ha conseguido desarrollar, patentar e implementar un sistema de cultivo industrial de microalgas muy avanzado en términos de eficiencia productiva y pureza de la biomasa obtenida. En su planta situada en el municipio alicantino de Muxamiel se obtiene un liofilizado al 100% de la microalga Tetraselmis Chuii. Su gran plasticidad metabólica y su rápido crecimiento permiten su duplicación en cuestión de horas, produciendo una biomasa de gran versatilidad en su aplicación: alimentación humana y animal, farmacología, cosmética, agricultura, ganadería, cultivos hidropónicos y acuicultura.

Las plantas del futuro serán, probablemente, como se quiera que sean. La mejora genética consiste en equipar los cultivos con mecanismos propios que los defiendan de amenazas: que los hagan resistentes a plagas, a enfermedades, a las sequías, a las altas temperaturas... Los nutrientes autosostenibles son un desafío para la biotecnología vegetal. El cambio que cabría esperar es el de una explosión de diversidad, tanto en variedades como en especies, junto a la mejora de sus capacidades.

Por cortesía de Charo Barroso; KM ZERO Food Innovation Hub; Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas. CSIC.