Despócratas
“Todo por el pueblo pero sin el pueblo”, idea fuerza del denominado despotismo ilustrado que ejercieron algunas monarquías europeas del siglo XVIII, es a tenor de los recientes acontecimientos políticos en España, ideología viva y transversal que campa, explícita, por instituciones imbricadas en una democracia que no ha podido, aún, desembarazarse de mucho de lo que la atonta y envilece.
Tratar de gobernar pretendiendo que a un social-demócrata le de igual qué con su voto legisle y gobierne la izquierda populista y viceversa, es despotismo. Pretender lo mismo con un liberal y un socialista, lo mismo es.
Desnaturalizar programas respectivos, amordazándolos, tras la llamada al voto y el paseito por las urnas, a fin de que se parezcan mucho, es despotismo.
La gran fiesta de la democracia hace que la gente tienda a creerse alineada con una opción social de poder y partícipe de la misma, pero no.
Los diputados no son los representantes de los ciudadanos, serían los partidos, que los escogen a dedo, pero tampoco.
La partitocracia, (de a dos, de a tres, de a cuatro…) sobrevive, lustrosa, a través de un pactismo que excluye de las tomas de decisión a quienes la financian.
Los partidos políticos son la mayor fuente de inestabilidad social en tiempos de paz y el pactismo, (programado) al contrario de lo que dicen pretender, la ahonda.
La receta que desahonda está inventada y más o menos reza así: los partidos políticos han de presentarse o solos o en coalición a las elecciones y mantenerse de esa guisa después de las mismas y si ninguno alcanza mayoría absoluta, los dos más votados han de concurrir a una segunda vuelta electoral. Eso y listas abiertas ya.
Hablando de recetas, el neo-estatalismo es despótico, pero más que ilustrado, es despotismo iluminado.
Iluminado, en primer lugar, por el fulgor de la inmensa transferencia de rentas direccionada, en bastantes ocasiones, por agentes corruptos a fin de sostener un sistema económico cuasi-oligopólico e ineficiente.
Iluminado, porque ciertos estatalistas se sienten capaces de “cabalgar las contradicciones” que conlleva el poder como fin político.
E iluminado, porque algunos parece que se crean poseedores de la receta de una mágica pócima que los liberales ignoran y que impide que quién la ingiera pueda convertirse en un opresor y/o se pueda corromper.
La impunidad no se reducirìa, pues, con la diversidad, sino por la santidad.
Jueves 11 de febrero de 2016