Barcelona és bona si la bossa sona
Hay un independentismo catalán que parte de una relativizable premisa para justificar moralmente su interés en controlar la economía y la política en Cataluña: constituyeron un estado nación; después, fueron ocupados por España y así siguen.
La humillación que dicen que padecen y que enardece a ciertos independentistas, no procede, hoy, de represión política, económica o social, sino del identificarse con aquella longeva colonia anhelante de una libertad que las leyes de la metrópoli le impiden alcanzar, por mayoría ya.
En todo esto hay una componente identitaria y una orgánico-funcional. La identitaria se expresa libre y plenamente, porque esas leyes lo auspician, a pesar de la artificiosa modelización social exacerbada por la propaganda y transversalmente propiciada por clases dirigentes que en Cataluña quieren más poder.
En cuanto a la dimensión funcional, si Cataluña se separase de España se llevaría consigo, en una suerte de ubicuidad, legal por supuesto, mucho de lo que España tiene: la corrupción rampante, el paro excesivo, la agobiante desigualdad social y la inaceptable exclusión, las oligarquías extractivas, los oligopolios y los cárteles, los comportamientos productivos paramafiosos; el subsidio y la mala educación, la chapuza; la justicia politizada, padrinera e interesada, el encubrimiento y la impunidad; la decadencia institucional. ¿En catalán, les suena?
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